VICENTE GARCÍA RIESTRA. (LA POLA SIERO. ASTURIAS 1925 - TRÈLISSAC, DORDOÑA, FRANCIA 2019) Último superviviente de origen español del campo de concentración nazi de Buchenwald, Alemania.
UN EJEMPLO DE COHERENCIA ÉTICA Y CIUDADANÍA Vicente García Riestra, “nuestro abuelo del pijama a rayas”, como se refirieron a él los periódicos, trascendió su condición de víctima de familia represaliada, de exiliado, de deportado a los campos de concentración nazis, para asumir el papel de transmisor de la memoria en el sentido que el filósofo alemán de origen judío Theodor Adorno llamó "nuevo imperativo categórico", según el cual, los supervivientes de la muerte en los suplicios hitlerianos, sólo tenían un deber: "pensar y actuar de modo que Auschwitz no se repita, que no ocurra nada parecido (…) actuar para que lo atroz no se reproduzca ni caiga en el olvido, asegurar la unión con quienes han muerto en tormentos indecibles". Y para que así fuera, Vicente optó en cada una de las circunstancias extremas en las que le puso la vida, por la respuesta superior y virtuosa formada en el compromiso, la conciencia y el perdón. A Vicente García Riestra le quitaron todo. La guerra le arrancó la infancia y la posibilidad de estudiar. Le arrebataron a buena parte de su familia: padre fusilado, hermano asesinado y otros dos hermanos penados y desterrados. Le quitaron la casa y todos sus recuerdos y con 13 años le convirtieron en un niño refugiado en Torrent Bo, Barcelona, a la que llegó, huyendo en un barco inglés desde el puerto de Gijón en 1937. Esos momentos forjan el carácter de una persona: en diciembre del 2018 se recuperó en Nueva York, en los archivos de la asociación “Friends of the Spanish Democracy” que apadrinaba refugiados de la guerra, una carta manuscrita que Vicente había escrito en 1938. En ella daba las gracias por lo que le habían hecho llegar sus padrinos y por todo lo que tenía: comida, ropa y buen trato. En esas palabras ya enseñaba los rasgos fundamentales que lo definirán para siempre: ausencia de ira o deseo de venganza, humildad y agradecimiento y también toda la esperanza que cabe en un niño de su edad que ambiciona estudiar y llegar a ser “chofer”. En 1939, con la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, solo, se une a la desbandada que quiere llegar a Francia. En plena travesía de Los Pirineos es herido en una pierna por la Legión Cóndor que ametralla las columnas de refugiados. Evacuado al Hospital de Le Mans, consigue contactar con el resto de su familia que había llegado a la Dordoña. Y Vicente, aún niño, vuelve a responder dispuesto, ayudando al sustento familiar en cualquier labor agrícola allí donde le llaman. Pero la conciencia y su espíritu inquieto y vital le pide más. Tras descubrir el destino aciago de su familia en Asturias, su reacción ante la ocupación alemana es unirse a la Resistencia: enfrentarse al mal que supone el nazismo. Se incorpora como enlace al grupo de maquis de su región, hasta que el 21 de diciembre de 1943 es detenido junto con todos sus camaradas. Entonces pasa a manos de la Gestapo y es sometido a torturas que le dejan secuelas permanentes. En el interrogatorio se acoge a la memoria del padre para no rendirse. Como resultado de la detención es enviado a morir como mano de obra esclava al campo de concentración de Buchenwald dentro de la operación “Espuma de mar”, diseñada para acabar con la resistencia en la Francia ocupada. En el campo le vuelven a quitar todo: su pelo, sus escasas pertenencias, cualquier recuerdo y lo peor de todo: su nombre, su identidad: pretenden negarle la simple condición humana. Le asignan como él decía “su número de matrícula”, el 42.553, y un uniforme a rayas con un triángulo rojo con la “s” de spanier, pero Vicente otra vez de la mano de la conciencia de enfrentarse al mal totalitario pasa a colaborar con la resistencia interna del campo y llega a ceder su comida una vez a la semana para ayudar a otros más necesitados. En los momentos finales del cautiverio participa en la auto liberación del campo el 11 de abril de 1945. Con 28 kilos y tras quince meses de cautiverio, recibe de pie, a los americanos a las puertas. Por fin, el 25 de mayo regresa a Francia, a Caduin en la Dordoña, donde residirá como apátrida y refugiado desde que España, a través del decreto de Serrano Suñer de 1940 le quitara la nacionalidad, y retoma su lugar en la vida civil en el ámbito de la construcción hasta su jubilación. Sin embargo, la experiencia en el infierno en los campos permanece en él. Durante 60 años calla su testimonio por miedo a la incomprensión, por proteger de nuevo a su familia de la memoria de ese punto
final que supuso el apocalipsis de la deportación y el exterminio. Hasta sus últimos días, confesó, seguía despertando con la pesadilla de seguir en Buchenwald. Vicente rompió su silencio con la irrupción del “negacionismo” y la sombra del pensamiento totalitario en Europa que le hicieron conjurar sus miedos y consagrarse al deber superior de explicar a los más jóvenes qué fue la barbarie nazi. Y lo hace como superviviente y testigo dando su voz a aquellos “que ya no están y que nunca pudieron hablar”. Desde el año 2007 da charlas a escolares: “Todo lo que hago es para ellos, para que sepan, para que nunca más se repita.”, repetía. Y esta es la virtud esencial de Vicente García Riestra: asumir con abnegación y sentido crítico la labor de ser el último hilo de luz que nos une a la memoria y padecimientos de tantísimos hombres y mujeres buenos de los que nunca sabremos nada, silenciados por su defensa de la libertad y de sus ideas. En el comportamiento ejemplar de Vicente García Riestra reconocernos los mejores valores que deseamos para nuestra sociedad. La República Francesa así lo hizo, ofreciéndole la nacionalidad tras treinta y seis años de ser apátrida y honrándole con las más altas condecoraciones del estado incluida la Legión de Honor en 2018. García Riestra nunca cesó en reclamar la injusticia permanente que supuso para tantos como él, el ser privados de la nacionalidad española que no hacía más que subrayar el abandono institucional que todos los exiliados españoles padecieron. Siempre recordaba con tristeza contenida cómo en la liberación de los campos: “las delegaciones de países iban llegando, atendiendo y llevándose a sus nacionales, menos a nosotros. Nunca vino nadie por nosotros.” Quedará en la memoria de los asistimos a sus funerales de estado, el respeto inmenso, el cariño de sus vecinos, amigos y camaradas y el honor rendido por una multitud de banderas de la república que lo reconoce como héroe. Este camino de honor continuó a lo largo de estos años en España y en su Asturies natal y que lo reconocieron públicamente y consecutivamente con el Expediente de Reparación como víctima de la dictadura por parte del Ministerio de Justicia de España con la más alta condecoración asturiana: Medalla de Oro de Asturias por su ejemplo ético y ciudadano. Vicente García Riestra, deja para las generaciones futuras, el referente de su comportamiento y testimonio al que nos debemos. El poeta francés Paul Éluard escribió – "si el eco de sus voces se debilita, pereceremos". Nos corresponde ahora a nosotros hacer que su voz clara prevalezca.
Xuan Santori
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