Emilio Rodríguez con su mujer Angelines y su hija Maribel
Emilio Rodríguez
Pérez
Su padre fue asesinado en las primeras semanas de la guerra civil por algún comité revolucionario, combatió pese a ello a favor de la República, pasó por un campo de concentración franquista en 1939, emigró después en busca de trabajo a la Alemania nazi, y acabó por ser detenido e internado durante más de tres años en varios campos de concentración. Asturias nunca se interesó por su paisano Emilio Rodríguez Pérez, quien murió en el anonimato en el Hospital Central de Oviedo cuando el siglo veinte, que tanto hizo por amargarle la existencia, tocaba a su fin. Unas fotos de su novia Angelines en el Parque San Francisco de Oviedo que Emilio se llevó consigo al Reich y que los nazis le incautaron, aparecieron en 2018 en un archivo alemán y con ellas se rompió el silencio en torno a uno de los deportados asturianos más atípicos.
Emilio vio la luz en Coruña el último día de julio de 1913, como hijo de Balbina Pérez Jardón, natural de Illano y Bienvenido Rodríguez Magadán, natural de Grandas de Salime. El padre era policía y tuvo numerosos destinos en el noroeste español, en una carrera ascendente que alcanzó su punto álgido durante la República, cuando llegó a ser uno de los máximos responsables de las fuerzas del orden en Asturias. Emilio y sus hermanos Marcelino, Maruja y Raquel crecieron pues entre algodones y se codearon con las fuerza vivas de muchas ciudades. Sabemos que Emilio completó la secundaria, posiblemente en Oviedo, y a partir de entonces comenzaría a trabajar como mecánico. La prensa asturiana de aquellos años nos ofrece algunas pinceladas sobre la placida vida de la familia del conocido mando policial Bienvenido Rodríguez. En el verano de 1935, informaba del regreso a Oviedo de Maruja, quien había pasado una temporada de estudios en Madrid, así como de la visita de Marcelino, que por entonces era jefe de una compañía eléctrica en Valladolid. En octubre del mismo año, daba cuenta del enlace en Santander de Raquel con Fidel Martínez Puente. De aquellos tiempos de vino y rosas data una foto de algunos miembros de la familia que posan desbordantes de energía, elegancia y glamour. El esplendor y la calma que preceden a la tormenta.
Al producirse el golpe militar que dio inicio a la guerra civil, Bienvenido Rodríguez Magadán llevaba medio año ocupando el cargo de comisario de policía en Santander. Todo indica que fue detenido y enviado de inmediato a Asturias, donde algún comité quería hacerle pagar por su acción represiva durante la Revolución de 1934. Queda por estudiar cómo se llegó al fatal desenlace de la muerte de Bienvenido, en un lugar y fecha grabados a fuego en la memoria de Emilio, quien años más tarde las consignará en su ficha de preso de Dachau, sin duda en forma de homenaje a su padre: Sama de Langreo, 30 de julio de 1936. Al parecer, el cuerpo de Bienvenido fue enterrado sin mayores formalidades por sus verdugos y solo tras la ocupación total de Asturias por parte del ejército rebelde en octubre de 1937 la familia pudo recuperarlo y darle una sepultura digna. Hasta hoy, el nombre de Bienvenido Rodríguez Magadán aparece en la lista de represaliados asturianos del franquismo, un error difícil de entender que resulta además una afrenta a su memoria.
Si Emilio Rodríguez enfrentó un dilema ético por luchar en el mismo bando de los asesinos de su padre, es algo que quizá nunca llegaremos a conocer. Su periplo durante la guerra civil está en todo caso por investigar. Sabemos apenas que sirvió en el cuerpo de ingenieros y que pasó buena parte del conflicto en Valencia, sede del gobierno legítimo desde finales de 1936. Allí fue apresado por las tropas franquistas en los últimos días de la guerra y enviado al campo de concentración de Porta-Coeli, 30 kms al norte de Valencia. En la primavera de 1939 se apiñaban allí 1.500 presos republicanos, que eran clasificados y repartidos por otros campos de concentración y cuarteles de todo el país. Emilio Rodríguez fue considerado como reo de buena conducta y recibió carta de libertad a finales de junio con la orden de presentarse en la comandancia militar en Madrid. Allí fue asignado al aeródromo militar de Cuatro Vientos, donde entendemos que cumpliría al menos un año de servicio militar trabajando como mecánico y transportista en obras de reparación de infraestructuras como el ferrocarril Madrid-Almarox (Toledo). Su domicilio en la capital era el barrio de Tetuán, muy cerca de la Plaza de Castilla.
A partir de la segunda mitad de 1940, Emilio Rodríguez pasó temporadas con su madre y su hermano en Sahagún de Campos, donde Marcelino era uno de los responsables de la harinera de la ciudad. Posiblemente se acabó instalando en Oviedo. Allí conoció a Angelines, una chica de la buena sociedad carbayona con la que se casaría años después. Las fotos de aquellos días muestran un hombre joven de estupendo porte, alegre y con muchas ganas de recuperar junto a su chica y sus amigos los años perdidos por la guerra. Pero ganarse la vida en aquella España destruida y arruinada era muy difícil incluso para un mecánico con experiencia como Emilio. No sorprende por ello que recibiera con interés la noticia de que se había firmado un acuerdo de emigración con Alemania. La posibilidad de trabajar en un país donde los salarios eran hasta cinco veces más altos que en España era demasiado atractiva. Dado que el gobierno decidió que no se reclutaría en Asturias, es posible que Emilio se instalara de nuevo en Madrid para tener más opciones de emigrar.
Emilio Rodríguez fue uno de los 10.000 españoles que entre finales de 1941 y mediados de 1943 se enrolaron libremente para trabajar en las fábricas del Reich. Él viajó en uno de los primeros transportes y fue a parar a una planta del gigantesco cartel de la industria química IG Farben situada en Bitterfeld, al norte de Leipzig. Cuando no llevaba más que unas semanas en Alemania, Emilio fue detenido por la policía al parecer tras ser denunciado por haber hecho algunos comentarios contrarios a Hitler en una cervecería. Hubo decenas de trabajadores españoles en Alemania que por alguna falta menor fueron detenidos y enviados durante algunas semanas a un campo de concentración para ser “reeducado”. En el caso de Emilio Rodríguez, sin embargo, aquella detención iba a ser el inicio de un vía crucis de más de tres años por diversos campos de concentración. Por lo general, la embajada española en Berlín trataba de ayudar a los emigrantes que cayeran en manos de la policía alemana. Que no fuera así en el caso de Emilio nos hace sospechar que el régimen no solo no se preocupó por él sino que incluso informó a los alemanes de sus antecedentes como combatiente republicano y dio por bueno que fuera encerrado el resto de la guerra en un campo de concentración.
Tras pasar unas semanas detenido en Halle, Emilio Rodríguez fue enviado a Buchenwald el 2 de abril de 1942. Recibió un número de preso muy bajo, el 2545. Emilio fue uno de los primeros españoles (sino el primero) internados en este campo de concentración situado a las afueras de Weimar. La inmensa mayoría de los 600 españoles deportados a Buchenwald comenzarían a llegar desde Francia solo un año más tarde. En agosto de 1942, Emilio Rodríguez fue enviado al vecino subcampo de Berlstedt, donde trabajó junto a otros 200 prisioneros en una fábrica de ladrillos. Tras más de medio año, regresó a Buchenwald, desde donde fue transferido el 2 de marzo de 1943 a Dachau. Como preso 45586 del primer campo de concentración creado por el régimen nazi, Emilio trabajó de mecánico, y es de suponer que sus condiciones mejorarían un tanto. Sin embargo, a finales de 1944 fue reenviado a Buchenwald y de allí pasó nuevamente a Berlstedt, donde sería liberado por los ingleses en el mes de abril.
Muchos años más tarde, sentado ante una máquina de escribir en su casa de Oviedo, el propio Emilio Rodríguez relataba escuetamente su periplo tras recobrar la libertad en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial: “me llevaron a una clínica de Braunschweig, dado mi estado de salud a causa de unas úlceras cancerosas que se produjeron como consecuencia de los malos tratos sufridos en los citados campos, hasta que fui transportado a Paris al hospital Richard y desde allí fui evacuado a España por consejo médico y cambio de clima, donde al cabo de año y medio fueron cerrando las cicatrices, pero sin embargo quedé (…) mal, físicamente.” El regreso a España resultó muy complicado para Emilio Rodríguez. A las profundas secuelas de más de tres años de internamiento en los campos de concentración nazis se le sumó el último capítulo de su persecución por parte del régimen, que le obligó a servir por unos meses en un batallón de trabajo del Servicio Nacional de Regiones Devastadas. Tampoco resultó fácil rehacer su vida con Angelines, cuya familia trató de alejarla de aquel paria en que se había convertido Emilio.
Con voluntad de hierro, Emilio Rodríguez superó todos los obstáculos y pudo rehacer su vida. Con Angelines formó una familia, encontró un trabajo estable en Oviedo y tuvo por más de medio siglo una mala salud de hierro. Su paso por los campos de concentración alemanes quedaron como una profunda muesca en su alma, pero trató de evitar que condicionara su existencia y la de los suyos. Su hija Maribel recuerda que apenas hablaba de ello. Solo cuando algunas noches despertaba alterado tras revivir en sueños la deportación pasaba el día apesadumbrado y dejaba escapar algunas frases sobre los horrores de Buchenwald y Dachau. El largo y penoso proceso para la obtención de una indemnización alemana sin duda contribuyó a que las pesadillas fueran recurrentes. Tras la muerte temprana de Angelines, Emilio se mudó a Gijón. Pasaba las tardes en el café Dindurra y era asiduo de los bailes, donde hizo muchas amistades.
Biografía escrita por Antonio
Muñoz
Grupo Deportados Asturias
Fuentes:
Hija Maribel Rodríguez Merediz
Sobrino José Luis Rodríguez (hijo de Marcelino y Águeda)
Archivo y testimonio familiar.
ITS Arolsen
Hemeroteca BVPH
Hemeroteca “El Correo Gallego”
Hemeroteca “El Comercio”
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